Buscadores. Anhelantes buscadores. De la felicidad, del sosiego, de la belleza. Qué otro oficio puede definir mejor a los humanos. No basta respirar para vivir la plenitud. Ni habría poetas sin ese afán de perfección, sin esa tensión. Laura Gómez Recas, poeta, lo tuvo claro cuando las cosas, que parecían calmas y fértiles, atisbaron, allá por 2011, vientos, piedras, los ventisqueros o la aridez, las tormentas de barro o las negaciones. Dice en la “nota de autora” que abre Zahoríes, así titula, que tras aquella crisis, aún no resuelta, vio cómo se abría ante nosotros un periodo sin futuro, cómo estábamos apuntados por un arma cargada con la desconfianza. Y se deshizo en poemas como respuesta. Poemas que le llegaban en cualquier lugar y ella signaba con ávida premura. Prontos generados por la rabia unos, por el desconsuelo otros. Impulsos abocados a la sazón del poema. Así fue creciendo Zahoríes, con el nervio de lo inmediato, con la verdad de lo sobrevenido. Para contar los años de hierro de la década pasada, Laura escribió y guardó, Laura sintió y escribió. En algún sitio, se preguntaba, debe existir la rendija que nos salve. Y no como refugio ante lo oscuro, sino como grieta manantial. Debe haber un lugar de donde surja remedio al aire triste, se debió preguntar. Lo buscó con y por la herramienta del poema: esa horquilla nerviosa que el zahorí, que el poeta, adelanta y ofrece. Perfecta alegoría del que procura con fe. Tal vez pensase es posible vencer la fealdad de lo injusto que reside en las cuevas del desierto (y cito sus palabras): busquemos, busquemos agua, busquemos ser. Así nació Zahoríes. Digo ahora que en él la voluntad de la poeta se impone, dúctil, dura y fértil, y en un decir pleno de armonía y cadencia, atiende a la dicotomía de los adentros y los afueras. El afuera como agresión, el adentro como posibilidad. Son poemas serios, intitulados, de rigor, teñidos en ocasiones con los negros de Goya en la Quinta del Sordo, desafiantes, denunciadores, prestos a la batalla. Caminadores sin miedo de los paisajes que el combate ofrece. Los restos de cuanto fuimos. El símil del mar de Aral, la antesala del desastre que nos espera como sociedad, cunde por el poemario. Léase: el desierto moral y estético con el que nos avisan, una vez y otra, los horizontes. Y, hay que decirlo, esa pequeña linterna que abre en los poemas finales, no logra hacerme olvidar como lector lo visionario y avisador que habita este Zahoríes. Queda intacta, eso sí, sus llanuras de advertencia, su grito de que sólo el individuo, si se busca, socrático, es capaz de salvación. Hay libros útiles. Este es uno. Para eso están las poetas. Para eso están también las poetas.
Qué bien está editada por Huerga y Fierro –en estos tiempos aún más duros de aquellos en los que fuera escrito– esta búsqueda, este testimonio, este sentido de vida, esta acera, esta estrategia para sobrevivir, este yo de labio y dudas que advierte y busca entre lo calcinado, entre las cosas y las gentes, este libro.
Gota de agua de Manuel López Azorín
Zahoríes se inicia con una nota de la autora a modo de prólogo o introducción donde nos habla de su gestación. El título Zahoríes viene dado metafóricamente al igual que los apartados que conforman este libro cuatro en total además de la Nota y un epílogo, por establecer una simbología (el agua), que pretende reflejar durante sus cuatro años de gestación, la dramática situación que vivió la autora, tanto en lo social como en lo profesional, en un tiempo en el que la crisis económica y sus consecuencias desde 2008 afectaron fuertemente en la clase trabajadora, tanto que produjo en ella una sed de agua de salvación tan intensa que, su búsqueda , dio lugar a, primero un apartado titulado “Desecación”, es decir la supresión del agua que permite aplacar la sed, saciar en ella toda la falta producida por las carencias en la crisis, el abandono, la falta de todo lo necesario para seguir caminando.
Así nos dice: “Se encasquilló la bala definitiva, / amante del instante de la derrota / como pulida materia de la muerte.” Pero la vida sigue y ni la crítica, ni la desconfianza en el ser humano que se tambalea, ni la desesperanza frente a la desolación “Como si fuera un hilo incandescente,/ una incombustible parte del alma/ (que) desea convocar el alboroto de las olas” del agua necesaria para calmar la sed, impide caminar, ahora hacia el desierto “Aralkum”, segundo apartado del libro, en el que inicia un recorrido por el recuerdo de un pasado lejano de la infancia: ”Cuando era niña imaginaba mi historia,/ tobogán repleto de maletas”(…) “Ahora se que el mundo / se abre fálico y absurdo” (…) “Y que no hay agua / más allá del cauce de mis ojos”, y de un pasado reciente que entre las dunas recorre el territorio de la duda, la impotencia, la soledad de la mujer frente a la sociedad patriarcal y “Ahí velo a mi hija, a su futuro / y a la atroz muchedumbre de gargantas / que castra cada día mi nombre de mujer”.
En su nota a esta edición nos dice Laura Gómez Recas: “Han pasado seis años desde que publiqué mi último libro. Incluso antes de aquello estábamos dedicados a la perseverante labor de la búsqueda del agua.” La persistente búsqueda del agua, de la sed de justicia, de igualdad, siempre presente, luego agravada por la situación social, que sufrió la sociedad y que influyó, en lo personal y lo profesional, especialmente en los jóvenes, las mujeres…hombres, dejando a todos con la sensación de vivir en un pozo sin fondo, en un “Acuífero cautivo”, tercer apartado, en el que nos dice: ”Y muero. / Y nadie cree que mi muerte / es algo más que metáfora o viento.” Y este apartado, quizá el más personal, el más confesional, da rienda suelta a todos los fantasmas que nos anidan siempre, con sus reflexiones, sus dudas, sus criticas y sus alabanzas, su mirar alrededor desde dentro para mirarse frente a sí, para tratar de salir del pozo y… sobrevivir, siempre buscando el agua que nos calme la sed, buscando el agua de la vida como los “Zahoríes”, cuarto apartado, una agua de palabras también, que salve: “Bajo la tierra triste y dolorida,/ hay una Arcadia de múltiples raíces, / con letras que aún aman la palabra,/ cauces para el jazmín y para el verso / bajo el vacío territorio de la amnesia.”
Y “bajo la tierra resquebrajada del desierto” en el que busca el agua del alivio, del consuelo, el olvido de cierto resentimiento, se dice: “Somos ayer, mañana somos, / territorio somos, manantiales, / de la raíz, abono, de la espiga/ para salvar la vida y la palabra,” Y quiere recorrer los caminos y alegrarse, avanzar en el desierto, encontrar esa agua que da luz y da vida.
Y nombra los nombres de las cosas para sacar de ellas la fealdad del mundo, como si las cosificara de nuevo tras el dolor, para alejar el miedo, y rehacer la fuerza que necesita para sí, para su cuerpo, para su mente, para sus ojos, para abrazarse a las palabras como carne de su carne y sueña tras este cuarto apartado un epílogo de esperanza en el que el agua, que nunca desaparece de forma definitiva sino que se oculta a nuestros ojos, aparece y brota, como brotan las aguas cuando están contenidas y de repente se abren paso: “Las aguas, tan tibias, me amaron/ y olvidaron en la concavidad de mi boca / la simiente voluble de la vida, / un trasiego incesante de palabras /y un depósito de tierra / de succiones fabulosas.”
Con una polimetría que parte más que de la forma de la búsqueda de la cadencia, del ritmo, Laura Gómez Recas ha elaborado un libro donde predomina la libertad del verso, las imágenes, la decepción, el resentimiento, la impotencia, el grito, la crítica, la nostalgia en el recuerdo de un tiempo sucedido, el amor y su contrario, en una dolorosa travesía junto a acontecimientos generales en una sociedad patriarcal acuciada por una crisis que dejó, por un tiempo, sin el agua de la esperanza.
Laura Gómez Recas es licenciada en Ciencias de la información, Periodismo (UCM), entre otros títulos y es autora de tres libros de poesía: Delante del espejo, Llámame azul y el poemario bilingüe español- portugués, Huella de un caz, junto con sus escritos de crítica literaria en antologías y revistas especializadas, tiene la valentía de publicar en el desdichado 2020, su libro Zahoríes dentro de la editorial Huerga & Fierro Editores/Poesía.
Como buena zahorí que es, viaja con sus palabras, algunas muy especiales que enriquecen sus versos, hasta el desierto de Aral o Aralkum, en busca de su propia agua, para encontrarse así misma, aunque eso suponga un angustioso dolor cuando arden las nubes y acontecen la duda y la desgracia del cauce porque :
Y de este modo la poeta, nos va dejando en su caminar, palabras bien pensada y colocadas en su justo término, para llevarnos por los senderos de la Desecación o El secuestro del agua y llegar hasta Aralkum, El desierto, donde encontramos el Acuífero cautivo en La seducción del pozo y así terminamos, ella y nosotros, sus lectores siendo:
Sí, Zahoríes en La ruta del agua.